Julia,

rayo de

luna

FICHA TÉCNICA DEL LIBRO. Título: JULIA, RAYO DE LUNA. Autora: Ana Rioja Jiménez. Editorial: Huerga & Fierro Editores, Madrid, 1996. Colección: Serie Azul y Negra. Páginas: 150. ISBN: 84-89.678-74-X

BREVE RESEÑA DE LA NOVELA

Son muchas las generaciones de lectores que se han preguntado cómo era la mujer que inspiró los inmortales versos de Gustavo Adolfo Bécquer, el ángel de la verdadera poesía, como lo calificara Antonio Machado. Julia, rayo de luna recrea su figura, se adentra en el alma, los sueños y la personalidad de una mujer que enamoró tan sólo con su mirada al genial escritor: con sus encuentros y desencuentros, con sus utopías y sus realidades. Escrito en tercera persona para describir las situaciones y centrar a los personajes, el relato va cobrando fuerza con los diarios íntimos y las cartas de Julia Espín, hasta llegar a dibujar con la palabra a una mujer bellísima, que tuvo que elegir entre su vocación por el canto o un gran amor. Pero el amor… ¿qué es el amor? Tan sólo un rayo de luna, un espejismo, un vano fantasma de niebla y de luz. Esta novela se adentra también en el gran Bécquer, pero siempre a través de los ojos de Julia Espín, pues para ahondar en su vida y en su obra ya están las biografías de un puñado de célebres becquerianos.

COMENTARIO MÁS AMPLIO

Madrid, Otoño de 1858. El romanticismo da sus últimos coletazos. El poeta Gustavo Adolfo Bécquer tiene 22 años y se recupera de una enfermedad que le ha postrado en la cama durante una larga temporada, meses que han ido minando no sólo su salud y sus ilusiones, sino que también han marchitado sus versos. Sobre las sillas de la pensión conserva, amontonados y sin muchas perspectivas de ver la luz, sus escritos más hermosos. La convalecencia es dura. En uno de sus diarios paseos por el Retiro, Bécquer descubre a dos hermosas muchachas que se hallan asomadas a un balcón. Una de ellas, la que momentos antes acariciaba un piano, es extraordinariamente bella. El corazón del poeta se ilumina, la tierra y el cielo le sonríen, ha llegado al fondo de su alma el sol, porque la ha visto, la ha visto y le ha mirado… hoy cree en Dios.

Al otro lado de los cristales, en el amplio salón de una familia acomodada, las dos muchachas conversan sobre sus sueños. La romántica Josefina desvela a su hermana sus ansias de ser amada, el deseo que ya no puede esconder su cuerpo adolescente. Julia, concentrada en sus partituras, ambiciona la gloria, aquella que no le traerá ningún príncipe azul, sino su vocación por el canto. Ambas encarnan dos formas de entender la vida.

Bécquer, en su reducido habitáculo, no puede olvidar ese rostro, a esa mujer que ya ha comenzado a amar, un amor que necesita para sobrevivir después de tanta desdicha. De esa visión fugaz nace su gran amor, la inspiración para crear los versos más bellos, románticos poemas que transcenderán a su siglo para marcar toda la poesía del siglo XX. A través de un buen amigo, el periodista Ramón Rodríguez Correa, al poeta se le abren las puertas de los salones del Madrid aristocrático. Su extraordinaria sensibilidad y su amplia cultura impresionan a marqueses y banqueros, hasta el punto de erigirse en el centro de atención de las tertulias, deslumbrando a la mujer de sus sueños con el don de su palabra, de sus versos, que son en suma, su propia vida.

Julia y Josefina se sienten muy pronto fascinadas por un hombre que se expresa con todo el cuerpo, que está lleno de pasión por las cosas y por la vida, una existencia más espiritual que material. Josefina, tan vulnerable al amor, lo quiere en silencio. Julia, atrapada en su sueño de ser una gran soprano y debutar de la mano de su tío, el gran maestro Rossini, intenta ocultar esas nuevas sensaciones que no puede, que no debe sentir, mediante la altivez y el desdén. Josefina lo sabe. Su hermana nunca podrá amar a Bécquer como él se merece. Julia es tan esquiva, tan lejana, que tiene la certeza de que ese sentimiento que ha brotado en el corazón de él, al final sólo le hará daño, mucho daño. Su amor nunca podrá ser correspondido. El poeta también lo intuye y se consuela en la certeza de que ese amor, que nunca se llegará a materializar, al menos sí creará los más bellos versos que un hombre le haya escrito a una mujer.